miércoles, 26 de noviembre de 2014

La pitanza

Paraba su acción jadeante y regresaba con hastío. La boca ensagrentada y el masticar dificultoso, le daban a toda la escena una imagen siniestra. Silbaba el aire a modo de pitido, mientras salía de los pedazos de carne que bailaban en su boca.

Seguramente pensó que no sería tan complejo y mucho menos tan cansado. Tenía la mandibula dolorida por los fuertes mordiscos, soltó un grito de rabia y hundió la cabeza en el cuerpo, desgarrando la carne con sus colmillos y triturandola con sus muelas hasta hacerla una bola sanguinolenta y semiblanda. Lo hacía cada vez más y más rápido, y pronto se transformó en una orgía furiosa de visceras y rabia. Tragaba los jirones de carne casi sin masticación previa, hasta que vomitó entre arcadas.

Tras esto continuó nervioso con su misión, tragando otra vez los trozos de carne vomitados e ingiriendo otros nuevos. Hundía los dedos y sus manos en el cuerpo caliente y pegajoso, llevándose luego las manos a la boca, parando y suspirando de placer. Sus canillas temblorosas se notaron calientes. La orina bajaba entre sus rodillas mientras el gusto inundaba su cuerpo.

Prosiguió ahondando las manos en el cadáver hasta el antebrazo, palpando entre las blanduras tocó material duro, supuso costillas, y sacó con dificultad desde el abdomen lo que al principió pareció una enorme pompa de carne roja oscura y tras ella una cantidad desmesurada de sangre pringosa. Olía extraño. Un bocado más con el órgano todavía en las manos y luego lo dejó caer encima del cuerpo.

A continuación el hombrecillo se enderezó y una sonrisa macabra y de dientes blancos que contranstaban con el rojo del líquido vital, se dibujó en su rostro. Entornó los ojos, y se colocó muy recto, todavía sentado pero con los brazos en jarra apoyado en el mueble de la cocina. Estaba exhausto, pero pletórico. El pequeño hombrecillo insignificante, con gafas pequeñas y redondas, calvicie incipiente y algo tirillas no tenía nada que ver a como se sentía ahora. Un rey, un dios.

La puerta de la casa se abrió y el resonar de los tacones llegó hasta la cocina.
-Dios mio-. Dijo una mujer alta, rubia e impecablemente vestida de ejecutiva agresiva. -¿Qué has hecho?, ¡Dios jamás te perdonará esto!-. Continuó enfadada. - No puedes.. ¿qué?, ¿qué has hecho?.

La despampanante mujer siguió más en tono de reproche que de horror, que era el que correspondía ante tal horripilante escena. El antropófago continuaba embelesado junto al cadáver. Mientras, el tono del monólogo de la mujer seguía subiendo, caminando ella  de aquí para allá en el salón, hasta que paró y miró con sus ojos azules directa al hombrecillo, que en cuanto ésta lo fulminó con la mirada volvió a pasar a su estado de mindundi habitual abandonando por completo su rol de rey sagrado. Se acercó la mujer lentamente y soltó.-Eres un inutil, un desperdicio y arderás en el infierno junto a papá, ¿eso es lo que quieres?. Al caníbal se le tornaron los ojos en lágrimas como a un niño, al ver esto la mujer se apoyó en una silla cercana al cuerpo, suspiró cansada y dijo.-Por lo menos no te habrá visto nadie, ¿no?.-

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